Reconforta ver una película que aúna lo artístico con el comercial. Más cuando es un producto arriesgado contado con humor y que resulta emotivo. La independencia, la familia, la adolescencia y el primer amor son todos tópicos abordados con una sensibilidad que aporta frescura.
Los Bélier son una familia campesina, de un pequeño pueblo francés, dedicada a la producción de leche y de quesos, en un negocio familiar. La forman 4 miembros, todos sordos salvo Paula (la hija mayor) que es el nexo con el mundo circundante, sea para negociar los granos que comen los animales, vender los quesos en la feria o traducir en la visita al médico. Pero cuando un profesor de Paula le descubre su potencial y como su voz puede abrirle nuevas fronteras ella pasa a preguntarse, y preguntarle al público, si su actitud es de egoísmo o superación. ¿Cuánto de frustración hay en ella si su familia no puede compartir su sueño?
El otro asunto es sobre la vida de los pueblos. Vemos la vitalidad de la pequeña localidad donde transcurre la historia: el mercado y los negocios de los campesinos; los campos fértiles y bien cuidados; la escuela secundaria con profesores notables y estudiantes despiertos; las fincas bien operadas a base de maquinaria y tecnología; los canales locales de TV; la capacidad empresarial local. Incluso rasgos de participación popular y de una cierta madurez política. Y no parece que nada de esto es inocente, que hay un mensaje sobre la gran vitalidad de los pequeños pueblos, que puede aportar talentos y soluciones a los urgentes problemas de las grandes urbes, siempre y cuando se reconozca y se vitalice, se destaque y se ensaye.