Hace un par de semanas disfrute muchísimo con la película documental "Entre Maestros" (una maravilla que un día reseñare detenidamente) a groso modo la película es una ventana a la puesta en práctica de un libro titulado "Veintitrés maestros de corazón". Interesado por el tema que trataba y cómo lo trataba continué buscando material sobre educación y entre los distintos teóricos que me he encontrado con ninguno de ellos conecté tan rápidamente como con los replanteamientos realizados por Ken Robinson. No por la elegancia y humor inglés que destila en el discurso de sus conferencias sino por aquello que dice, lo cual nadie puede expresarlo mejor que él mismo, atentos al siguiente vídeo:
Se trata de un señor bastante conocido, eminencia en el campo de la creatividad y la educación, donde sus logros le han valido el nombramiento de Sir (Caballero inglés) en 2003. Podéis curiosear su interesante biografia en la wikipedia, pero me gustaría destacar sus investigaciones para aplicar técnicas teatrales a la educación y en general por el hecho de ser un paladín por la igualdad entre las diversas disciplinadas educativas (matemáticas, arte, danza, historia... etc.)
Entusiasmado y con curiosidad por saber más sobre las experiencias y casuisticas vitales de diferentes personas me hice con el ebook llamado El Elemento, escrito por el mismo Robinson. Y deciros que esta siendo una lectura amena y reflexiva. Os Recomiendo el libro, aquí podéis ver un acercamiento más profundo a su contenido.
Este libro no es un manual de autoayuda, ni una guía para ser más creativo. No ofrece recetas de sencilla aplicación, ni nos hace sentir mejor. Tan sólo (y no es poco) pone el acento en que los caminos para alcanzar nuestra satisfacción personal no deben ser trazados a priori, obviando nuestras capacidades reales. En que nuestros hijos deberían tener la oportunidad de no repetir los errores de sus padres y en que, tal vez, lo que necesiten para el futuro no sea un título o unos conocimientos iguales que los de sus bisabuelos. No queremos que se conviertan en Dylan o en Paul Auster, bastaría que fueran felices con lo que hacen. Que la realidad no se cierra a nada y así debemos ser nosotros. Por Gonzalo Muro del blog Confieso que he leido