4 de julio de 2014

Educar jugando y jugar educando

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           Con mi pequeño retoño aún con mucho tiempo por delante antes de sentarse ante su primera partida en Andrania, he decidio ir preparando material que me sirva para mostrarle que no todo es a base de malos y buenos, que mi equipo ha de mirarse en un espejo a si mismo y no unicamente frente a su rival. Y que, en realidad, hay muchas más percepciones más allá de los atrayentes opuestos del ying y el yang. Ésa misma es la causa de la existencia de una Orden de Caballería, de la cual os dejo un extracto del discurso de su fundador:

Orden de la Bruma. Extracto del Discurso del Primer principe del Principado Astil “SinSombra” Galoth cuando anunció su salida voluntaria del Trono de Hueso para dedicarse a fundar y potenciar una nueva orden de caballería.

Hay algo envidiablemente infantil en los adultos que siguen dividiendo su mundo en buenos y malos. Su señor de la guerra es el bueno. El de los otros malos. Su orden de caballería es la mejor. A los rivales le ayudan los alguaciles o el mismo Príncipe. Pueden despojarlo todo de matices y zanjar una discusión sobre el conflicto con los Barbakias, el uso de la magia o la (in) existencia del Dios Único con una frase. Todo debe ser más fácil así.

Y, sin embargo, a mí me ocurre lo contrario: cuanto más viajo, más experiencias acumulo y más mayor me hago, más me cuesta distinguir entre buenos y malos. Si me preguntan qué he aprendido en todos estos años, en las guerras entre señores o contra barbakkias, la constitución del Principado o el desastre natural de la Grieta, es que somos bruma. Nunca todo claridad, rara vez completa oscuridad.
Vivir en un mundo en blanco y negro requiere determinación para proteger la verdad propia de cualquier contaminación exterior y alimentarla constantemente, recogiendo por el camino todos los argumentos que puedan reafirmarla y pasando de largo ante aquellos que la contradicen. Ignorar que a menudo nuestra ideología o religión fue escogida por nosotros cuando éramos niños. Que no habría hecho falta más que una pequeña alteración en nuestras circunstancias personales para que hoy defendiéramos lo que tanto detestamos.
Fui el Primer Príncipe que se sentó en el Trono de Hueso y, no es postureo, estoy a favor de las convicciones personales, pero produce aprensión verlas rodeadas del fundamentalismo que despoja de cualquier legitimidad a las de los demás. Me admiran quienes tienen ideales, pero prefiero a los que tienen el coraje intelectual para revisarlos cada cierto tiempo. Me gustaría más mi país si fuera un lugar donde se pudiera hablar de su problemas sin que la gente se tomara a sí misma -o sus opiniones- tan en serio. Cuando no se utilizaba cada frase dicha para definir al otro. Me gustaría que el camino que queda por recorrer se recorriera con la consciencia de toda las luces y sombras que nos rodean.
Las ordenes de caballería prometían suavizar nuestro sectarismo, pero van camino de agravarlo. Tenemos más armas arcanas que nunca, armas que nos protegen en nuestra atalaya de pensamiento evitando así exponernos a las interferencias de los demás. Ignorando el resto de opiniones nuestra vida se vuelve más fácil de llevar. Y así, nos vamos separando del que piensa diferente y perdiendo la capacidad de aceptar su discrepancia. Preferimos levantar una muralla que nos defienda de la despreciable relatividad, esa bruma que todo lo confunde, para diluirnos en la reconfortante masa de los nuestros. Los buenos
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